ABUELA ANA


Este también es un relato íntimo. Si lo leéis, ya os daréis cuenta del porqué. Ahora, creo que al fin estoy preparado para compartirlo. Fue escrito justo antes de las navidades de 2007.  

ABUELA  ANA

Aquella tarde fui a ver a mi madre. No quiero decir con ello que no acostumbrase a hacerlo, puesto que casi todos los días trataba de sacar unos minutos libres para visitarla aunque a veces no lo lograse.
Sin embargo aquella tarde era especial, aquella tarde sí que había un motivo serio para hacerlo.
Dos días antes mi madre me dijo que debería ir a ver a mi abuela. Yo me limité a mirarla, mientras ella me sostenía la mirada. Supongo que en su interior intentaba descubrir qué pensamientos pasaban por mi cabeza. Yo ahora también trato de recordarlo, pero la memoria no me alcanza a tanto. Tan solo sé que no le dije nada, no le contesté. Ella parecía no querer insistir, o quizá no encontraba la manera de hacerlo.
—La abuela pregunta mucho por ti —dijo al fin, sin apartar sus ojos de los míos.
No trataba de descubrir mis sentimientos, creo que tan solo intentaba ocultar los suyos.
Yo permanecí en silencio, simplemente la besé y me marché.
Creo que fue la primera vez que mi madre no me aconsejó. La primera vez, al menos que yo recuerde, que me dejó libertad absoluta para hacer lo que yo quisiera, lo que me pareciese mejor para mí. Generalmente ella nunca se portaba así; siempre me insinuaba la manera de actuar, de comportarme, de crecer como persona. Supongo que todas las madres lo hacen.
Me dejó la responsabilidad para mí. Cuando alguien en quien confías te marca el camino a seguir, encuentras en tus manos sin haberlo tenido que descubrir por ti mismo, la mejor manera de proceder. Después eres libre para obrar como quieras. Pero mi madre no lo hizo en esta ocasión.
Me pasé dos días pensando en ello (yo soy de esas personas que le dan muchas vueltas a la cabeza), y decidí volver a hablar con mi madre.
— ¿Es cierto que la abuela pregunta por mí?
—Todos los días, Miguelico, ¿acaso crees que yo iba a engañarte?
Por supuesto que no, pensé. Y de nuevo no le dije nada.
Los dos permanecimos sentados uno frente al otro, en silencio. Yo tratando de pensar en la mejor manera de expresarme sin herir sus sentimientos y ella contemplándome sin más.
Sabía lo que quería decir, lo que no conocía era la manera de hacerlo. Aunque ya tenía más de treinta años lo cierto es que nunca con anterioridad había tenido una conversación tan íntima con mi madre. Para mí ella no había sido jamás una amiga; simplemente era mi madre.
Esperando que las palabras fueran llegando a mi boca decidí tirarme a la piscina.
—Verás mamá, el otro día me dijiste que tendría que ir a ver a la abuela… —Ella me observaba desde su silla, complaciente, dándome el tiempo necesario para ordenar mis ideas y mis palabras—. Ya sé que lo que voy a decirte va a sonar duro, pero es que yo… yo…
Mi madre aguardaba, sus ojos me decían que prosiguiese.
—Yo no quiero ir a ver a la abuela.
Pasamos unos momentos en silencio. Ella no reaccionó, o al menos no como yo esperaba. Sin demostrar ningún tipo de enfado me preguntó:
— ¿Por qué, Miguelico? —Siempre me llama así cuando se pone cariñosa.
—Porque la abuela está enferma. Porque se está muriendo. —Tenía un nudo en la garganta y me esforzaba por no permitir que las lágrimas escapasen de mis ojos—. Porque no quiero que el último recuerdo de mi abuela sea el de una anciana moribunda en su lecho de muerte.
Aunque yo lo necesitaba, mi madre no me abrazó. No es tan cariñosa para eso.
Miguelico, yo comprendo muy bien que no quieras verla porque se está muriendo. Pero tú también debes comprender que ella sí quiere verte a ti, precisamente porque se está muriendo.
Igual que en tantas otras ocasiones actué como un cobarde.
—Tengo que irme mamá —y añadí casi susurrando: “me lo pensaré”.
Miguelico —Me llamó ella—; Si te decides, no lo dejes mucho tiempo.
Creo que aquella última frase me infundió el valor necesario. No era necesario ser una eminencia para saber lo que mi madre trató de decirme; mi abuela, su madre, se estaba muriendo y seguramente no le quedaba mucha vida en su cuerpo. Por la tarde fui a verla. Al fin y al cabo ¿quién era yo para negarle el último deseo a mi abuela?  
En su casa tan solo estaba una de mis tías, atareada en la limpieza del hogar. Me dijo, de la misma manera que lo hiciera mi madre unos días antes, que la abuela preguntaba mucho por mí.
—Está despierta, esperándote.
Recuerdo que me lo pensé antes de verme capaz de empujar la puerta y entrar en su habitación.
Allí estaba mi abuela, descansando en su lecho. Me reconoció en seguida.
—Miguel, Miguelico; has venido a verme.
—Pues claro abuela. ¿Qué te pensabas? —Le dije mientras la besaba en las mejillas.
Mi abuela no presentaba el aspecto que yo me imaginaba; estaba mejor, mucho mejor. Su piel fresca, como siempre, y suave, emanaba un tenue y dulzón aroma, como a vainilla; era el olor de mi abuela, y estaba claro que mientras viviese no la abandonaría. Su cabeza regía a la perfección, igual que su memoria y sus ojos, aun hundidos, conservaban esa viveza y ese brillo que siempre la caracterizaron.
Me preguntó por la salud, la mía y la de mi mujer, por el negocio, por mis hermanos…
No permanecí demasiado tiempo a su lado y hoy me arrepiento de ello.
Mi abuela murió esa madrugada. En el velatorio mi madre comentó que ella le dijo antes de dormirse que había visto a su marido y a sus padres. Sin duda vinieron a recogerla.
Ahora me siento orgulloso de hacer lo que hice. Y contrariamente a lo que en su momento supuse, guardo muchos gratos recuerdos de ella. Me parece estar viéndola en este instante sentada a su mesa en la cocina, echando galletas María (de las gordas) en un inmenso tazón de leche y hundiéndolas lentamente con la cuchara.
Quizá fuese porque mi abuelo murió un año antes y tanto mi familia como yo ya sabíamos lo que se avecinaba, pero lo cierto es que no recuerdo haber derramado ninguna lágrima.
Hoy, alrededor de diez años después, apenas logro ver el teclado de mi ordenador.
Y lo digo satisfecho; Abuela, estas lágrimas son en tu honor.





1 comentario:

  1. Bienvenido al mundo del blog. A quedado muy bien para hacer un novato en esto. Me gusta como has comenzado con la ternura, con el recuerdo, con la memoria y las raíces de la familia que son la esencia de nuestra creatividad.
    Precioso y emotivo el relato que has dedicado a tu abuela, mis felicitaciones!!
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